EL RIGOR DEL DESEO
Ahora que todo debe ser nuevo, original, innovador, se desdeña, no sin temor, la palabra tradición. Enemigo es lo que ya se dijo antes, lo que ya se pintó, lo que otros escribieron. En el vértigo de querer ser siempre nuevos, hay una meta inalcanzable, que en rigor destina a la inmovilidad: no se puede ser siempre inédito. Quien lo pretende repite sin remedio una intención. Se embriaga en la propia actitud que busca, en realidad, un sitio permanente donde apoyar la cabeza.
El arte siempre innova. A pesar de sí mismo. Ni siquiera es necesario el afán. Su práctica comprometida remueve los cimientos sin estridencia, con la naturalidad como cambian las cosas simples. Basta con que acontezca. En todo caso, el arte es la representación de nuestra estabilidad, de nuestro deseo y de nuestra finitud.
La tradición es transmisión. La acepción que refiere conservadurismo y respeto a las formas, es una idea entre otras. En los cuadros de Lenin Rojo veo tradición, conocimiento de la historia de la pintura, dominio de la técnica, de la abundancia constante de implementos y recursos. Este conocimiento y apropiación no representa ni un culto al pasado ni una devoción obligada a lo que llamamos las escuelas de la pintura. Veo, en cambio, cómo dialoga la particular visión y factura de su pintura con el conocimiento teórico y el trabajo de aquellos realizadores que con su obra modificaron la manera de ver el mundo y al mismo mundo.
El arte de la pintura busca transportar lo que se ve, lo que se percibe, lo que se vive, al lienzo. No es inocente la acción. Se intenta poseer, detener la caída de la realidad. La acción es maravillosa y atroz. La mujer bella dejará de serlo. Los niños que juegan en la calle crecerán. La muerte es el tema y el día soleado no hace más que iluminarla.
El asunto se repite en los cuadros de Lenin Rojo. El desnudo, la belleza de la mujer, constituyen un motivo presente. Estoy seguro que no lo ha elegido sino que en un momento se le impuso. Su trabajo quiere detener el asombro que despierta el hecho mismo de penetrar la frontera del pudor. Este tema no puede sorprender a nadie. El desnudo del cuerpo está en todas las culturas. Lenin forma parte de la tradición occidental que, como afirma Kenneth Clark, ve al desnudo como una forma de arte inventada por los griegos. Y lo consigue a través de un esmerada dedicación y del conocimiento de los pintores que se han acercado al misterio de la modelo. Así descifra, con las herramientas precisas, del orfebre, una figura que por sí misma se desvanece. La firmeza que aparentan sus cuadros no es si no lo contrario, la fragilidad del momento. Lenin pinta instantes, momentos recuperados, sostenidos en un esfuerzo contra el tiempo. El mismo esfuerzo de los pintores por crear la ilusión de retener lo que deriva. Por ello el conocimiento puntual de los recursos de aquellos que lograron, maravillosamente, tal simulacro. La ilusión atrae por sí misma, por ser ilusoria. La modelo se viste y se va. El día continúa.
Como en todo arte que se precie de serlo, no todo queda a la vista. El aparente realismo de los cuadros de Rojo, es subvertido por formas amenazantes y misteriosas que los habitan. Se podrían ver como formas abstractas que desequilibran a las figuras reconocibles. Yo las quiero ver, mejor, como la inevitable irrupción de lo monstruoso que acompaña siempre a la belleza y que en lugar de contradecirla, exhibe su íntima naturaleza. La pintura de Lenin Rojo está sostenida en un filo, el del equilibrio precario de aquello que está a punto de dejar de ser y por ello atrae y sorprende. A ese fulgor llamamos belleza, a aquello que resalta al borde del vacío.
Esta exposición tiene una vocación, también una emoción y un pensamiento. Piensa a la belleza desde el rigor, necesita de la perfección, es intransigente en su objetivo. Se exige a sí misma lo inverosímil y lo hace desde la disciplina del maestro. Su emoción por pudor, no queda a la vista, pero ahí está. La adoración del cuerpo y su representación, muestran, casi con dolor, el lamento de lo que no dura, por ello esa necesidad de fijarlo en un acto próximo a la violencia.
Su vocación es la del artista, de todos los artistas, de todos los que ven en el arte la resonancia que aquello que no se puede decir por completo, que aún cuando se muestre, reserva su misterio, con la conciencia de que todo aquello que se ve deslumbra y pide ser retenido. Lenin Rojo persigue –artesano, solitario, cazador- la figuración descubierta, desnuda por el fin del arte, en medio del incontable silencio de las apariencias.
Edgar Liñán